Me mantendré firme, sin duda, a los envites que el destino pueda someterme. Si todo sigue su justo equilibrio, sobradamente desconozco los motivos por los cuales, algo o alguien, quiere verme caer una y otra vez. No obstante, hay impulsos más fuertes que la propia voluntad, que me mantienen erguido y con la mirada fija en un punto donde todo será sencillo y, en cuanto a practicidad* se refiere, absolutamente perfecto.
Siempre he mantenido una sonrisa en la boca, siempre he ocultado mis estados de ánimo, en la medida de lo posible, y me he mantenido impasible ante las cosas que mas me impresionaban.
Pero ya no, ahora sonrío con motivo, como jamás lo había hecho, y no trato de mentir a nadie si tengo que ablandarme en un momento dado, utilizar términos que jamás pensé que utilizaría o cambiar mi orden de prioridades.
Vuelvo a esperar que el móvil suene como cuando tenía quince años, tiemblo en las distancias cortas y se me humedecen los ojos el día de partir.
Escucho canciones que entiendo, descubro géneros del cine vetados por mis prejuicios y valoro más la cantidad de segundos que forman mi día.
Como helado de chocolate para tapar los agujeros de mi estomago, fumo para rellenar espacios temporales inútiles y toco la guitarra para exteriorizar esas cosas que no sabría como explicar con palabras.
Ya es viernes, un gran día.
*Dudo de la existencia de esta palabra, aunque de sobra confío en que los pocos lectores, cultivados y expertos en este fabuloso idioma, sepan contextualizar su significado.
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