martes, 22 de septiembre de 2009

El egoísmo

No creo que sea necesario preocuparse por lo que va, o no, a pasar. Sea lo que sea, y sea como fuere, va a ir bien. Tan bien, que con suerte tendré una muerte sin dolor o terminaré comprando un yate. No lo sé, no me importa, y además no voy a esforzarme en cambiar mi actitud desafiante por conseguir algo, a priori, estandarizadamente mejor.

No necesito un alter ego que haga mis trabajos sucios, y cuando lo necesite será puro decoro.

No necesito prácticamente nada que no pueda conseguir, y eso es sólo cuestión de mentalidad.

No dejo de sorprenderme a mi mismo. El vacío que pensé que llenaría con un desmesurado odio cargado de insultos y desprecios se ha llenado con una profunda decepción e indiferencia, no a modo de protesta, una simple y llana pérdida absoluta de interés.

La autocompasión da pena y tirar la toalla es de absolutos perdedores. No odio a los perdedores, a los conformistas, a aquellos que hacen una montaña de un grano de arena, a los pesimistas o hipocondriacos... sólo me producen un sentimiento de vergüenza ajena por su falta de interés, por su afán por llamar la atención de esta manera o sus débiles personalidades. Esto, claramente, exceptuando los trastornos médicos, los cuales han de ser tratados por profesionales.

No se que es lo que me quita el sueño, pero me lo quita, y ando como un zombie casi doce horas al día. Pero al caer la noche, mis ojos como platos adornan la oscura estampa de mi cama hasta esas horas que depende quién las mire son muy tarde o muy temprano.

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